14 dic 2020

Azul


 

A Milena

Azul 

Hic amor hyacintho, sicut mare hyacintho - Christianae Castrus 

 

Aunque la ciencia diga que es al revés, para mí que el cielo y el mar son profundos porque son de color azul, como la tristeza, a la que los ingleses le dicen blue, y que justamente en Brasil es tan profunda que no tiene fin.

De los tres colores primarios el azul es el frío, así, como distante, y además en la antigüedad era carísimo porque el pigmento se hacía moliendo una piedra semipreciosa que se llama lapislázuli, por eso tener un cuadro con mucho azul era un símbolo de poder; por ejemplo, al pobre Arnolfini, que era muy rico, parece que no le alcanzaba más que para las mangas y un bordecito del vestido azul del retrato de su esposa, por lo que hizo que Van Eyck le pintara encima un vestido verde, que era más bien para embarazadas, pero hete aquí que la señora Arnolfini jamás estuvo embarazada, lo cual confirma no sólo que el azul era carísimo, sino también que Arnolfini era un verdadero tacaño que hizo pasar a su mujer por embarazada para reducir costos. 

Se dice que el azul era el color de Dios y también de la nobleza, que eran los que arreglaban los asuntos sobre la tierra, o sus asuntos, en cualquier caso, era el color que más les gustaba justamente porque les daba un aire como de profundidad, pero no era más que una ilusión óptica generada por el azul. 

Ahora el azul ya no es tan caro, y hay muchas variantes: el azul ultramar, que suena inalcanzable pero no lo es; el azul cerúleo, que es el color del cielo al mediodía; el ftalocianina, que se te pianta al verde; el azul de cobalto, que es pura química; el azul Spinetta, que te salva del domingo, y el azul de Prusia, con el que mejor no meterse; aunque hablando de meterse, lo que tiene el azul es justamente eso, que te da ganas como de meterte adentro, de hundirte en él; quizás sea la tristeza que no tiene fin, o el mar, o los ojos que pintaba Modigliani, o la noche; la cosa es que el azul da ganas de arrojarse. 

 

 

F. O’C.

Diciembre de 2020

PintoresxPintores

En el marco de la pandemia, los pintores Graciela Genovés y Eduardo Faradje han tenido la iniciativa de hacer entrevistas a colegas vía zoom denominadas PintoresxPintores.

Éste es el resultado de mi participación el viernes 16 de octubre de 2020.


Parte 1

Parte 2

Parte 3









7 oct 2020

El Pincel

 


El pincel vendría a ser como un cepillo, pero más suavecito, sobre todo cuando es nuevo, después, cuando uno lo empieza a usar pierde esa suavidad, se pone más áspero y ahí sí se parece más a un cepillo, aunque no siempre. El pincel es un instrumento que en general se utiliza mucho cuando uno es pintor, hay pinceles para pintar paredes y pinceles para pintar cuadros, básicamente la diferencia entre unos y otros es que los pinceles para cuadros son más chiquitos y al mismo tiempo muchísimo más caros, vaya uno a saber por qué, pero es así. 

Para los artistas pintores los pinceles vendrían a ser algo así como la infantería, los que van al frente de batalla, y en consecuencia son también los que salen lastimados. Se utilizan básicamente para aplicar la pintura sobre una tela que después va a ser el cuadro, y aunque podría pensarse que en ese simple acto no debería haber heridos, les aseguro que los hay y con frecuencia. 

Hay pinceles de muchos tamaños y formas, chatos, redondos, en diagonal, con cabo corto para pintar de cerca o con cabo largo para poner distancia entre el cuadro y uno, que a veces es lo mejor (para el cuadro); hay unos pinceles que se llaman lengua de gato, aunque no lamen, para eso existen otros que son como un abanico, pero que tampoco abanican, en fin, cosas de la vida; los más lindos se hacen con pelo de Marta, que obviamente son muy caros y suaves; también se hacen con pelo de Poni, con cerdas de todo tipo y hasta con pelo sintético. 

Una vez alguien que me estaba vendiendo pinceles, me mostró unos muy caros y me dijo que esos pinceles pintaban muy bien, y me dejó pensando. 

Lógicamente con el uso se van gastando, pero también es como si se fueran acomodando a uno, o se gastan con uno, es como si te acompañaran, el pincel no es como el lápiz que se va haciendo cada vez más chiquito hasta que lo tirás, no, gastados y todo siguen adelante, incluso en muchos casos con mayor espíritu; hay que verlos, algunos vendados con cinta, o con el mango medio roto o fracturado, otros con grampas y hasta con clavos para que no se desarmen y sigan dando batalla; se llenan de cicatrices y ahí sí, es cuando mejor pintan, un pincel no se entrega fácilmente, les aseguro. 

A veces me sucede que por torpeza o distracción, se me cae un pincel de la mano, es un instante en el que por lo general me quedo tieso, mirando al pincel ahí en el piso, como si fuera una pequeña muestra de algo que algún día indefectiblemente va a pasar, una suerte de adelanto del fin. Pero me levanto, siempre me levanto. 

 

F. O’C

Septiembre de 2020


14 feb 2020

Pulsión




En total deben haber sido no menos de veinte días completos, sumando el Metropolitan de NY, el Moma, la National Gallery of Ireland, la National Gallery de Londres, la Tate y la Modern Britain, la National Portrait Gallery, una muestra antológica de todos los autorretratos de Lucian Freud en la Royal Academy of Arts de Londres y una muestra monumental también de Freud en el Irish Museum of Modern Art; por último, el estudio de Francis Bacon y varias de sus obras en la Hugh Lane City Gallery de Dublin, creo que no se me escapa nada, pero entre finales de Octubre y buena parte de Noviembre últimos, en apenas veinte días, vi tanta pintura que por momentos sentí que en mi cabeza ya no entraba un Rembrandt más. Desbordado de Velázquez, Picasso, Caravaggio, Matisse, Vermeer, Rafael, Van Gogh, Bacon y Degas, me volví a la Argentina, casi como quien vuelve a su rincón.
Tras recorrer más de 600 años de pintura en tan pocos días, es inevitable advertir la manifiesta cercanía que hay entre los antiguos maestros y los modernos, por momentos Paolo Uccello resulta más moderno que Matisse, es imposible no ver cómo la línea de Botticelli dialoga con la de Modigliani, las proporciones en muchas de las paletas de los más finos coloristas modernos vienen directo de Rafael y así una infinidad de parangones que parecen desafiar al tiempo y la linealidad de la historia. Cuál ha sido el progreso en la pintura sino explorar una y otra vez los mismos caminos de distintas maneras? Caminos que se entrelazan en el tiempo y arriban a zonas distintas cada vez. Queda la sensación (o la certeza) de que la pintura es un laberinto que no puede hacer otra cosa más que expandirse.
No fue fácil volver al taller, me llevó semanas asimilar el impacto de lo visto y reconciliarme con lo mío, hasta que rescaté de la memoria algo que intuí a poco de estar frente a tantos maestros, algo que fui constatando de un museo en otro, de una galería en otra, en cada sala y cuadro tras cuadro: los artistas que ocupan semejante lugar, no sólo en los museos sino en la historia misma, no construyeron su obra a partir de un mayor o menor talento, sino a partir de una determinación extrema.
Van Gogh -que tenía un extraordinario dibujo- siempre supo que no gozaba de la fineza del dibujo de Degas, o de la destreza de Toulouse Lautrec, pero era su dibujo, la herramienta con la que contaba, y fue suficiente; su determinación hizo el resto, la determinación del acto, de la acción que ocupa el vacío que deja la palabra, enfrentar el asunto con lo que está disponible, con lo puesto. Si algo une a Van Gogh con Rembrandt es exactamente eso: la capacidad de entregarse a la pintura casi como una fatalidad. Frente al retrato de Margaretha de Geer de Rembrandt no se puede sino sentir que es imposible empujar a la pintura más allá, el eje de la figura está ligeramente desplazado del eje del sillón que la sostiene, y ese mínimo desplazamiento genera una contundencia en el espacio que pareciera como si Rembrandt hubiera luchado literalmente cuerpo a cuerpo con la materia para que el espacio se abra paso y la presencia de la figura, en cada brochazo que se hunde en el volumen, en cada tono, en cada espesura, le provoque al espectador la certeza de estar de más. Aquí hasta el mismísimo Cézanne debe haber advertido sus propios límites, nadie sale ileso de esta pintura.
Para la mayoría de estos artistas, la pintura no ocupa un lugar en sus vidas, la pintura es en sí la vida misma, les viene desde un lugar a donde no llega ni la muerte. A Chian Soutine lo empujó una oleada interna que jamás tuvo nada que ver con la academia, Bonnard llegó a retocar sus cuadros aun cuando ya colgaban de las paredes del Louvre, mucho cuidado entonces con confundir al arte con las instituciones que lo albergan o lo disciplinan. La pintura no necesita del museo o de la galería para consistir, es independiente del espacio que la alberga y aunque se nutre de ella, es independiente hasta de la cultura misma, porque es una pulsión.

F. O’C.
Enero de 2020