El pincel vendría a ser como un cepillo, pero
más suavecito, sobre todo cuando es nuevo, después, cuando uno lo empieza a
usar pierde esa suavidad, se pone más áspero y ahí sí se parece más a un cepillo,
aunque no siempre. El pincel es un instrumento que en general se utiliza mucho
cuando uno es pintor, hay pinceles para pintar paredes y pinceles para pintar
cuadros, básicamente la diferencia entre unos y otros es que los pinceles para
cuadros son más chiquitos y al mismo tiempo muchísimo más caros, vaya uno a
saber por qué, pero es así.
Para los artistas pintores los pinceles
vendrían a ser algo así como la infantería, los que van al frente de batalla, y
en consecuencia son también los que salen lastimados. Se utilizan básicamente
para aplicar la pintura sobre una tela que después va a ser el cuadro, y aunque
podría pensarse que en ese simple acto no debería haber heridos, les aseguro
que los hay y con frecuencia.
Hay pinceles de muchos tamaños y formas,
chatos, redondos, en diagonal, con cabo corto para pintar de cerca o con cabo
largo para poner distancia entre el cuadro y uno, que a veces es lo mejor (para
el cuadro); hay unos pinceles que se llaman lengua de gato, aunque no lamen,
para eso existen otros que son como un abanico, pero que tampoco abanican, en
fin, cosas de la vida; los más lindos se hacen con pelo de Marta, que obviamente
son muy caros y suaves; también se hacen con pelo de Poni, con cerdas de todo
tipo y hasta con pelo sintético.
Una vez alguien que me estaba vendiendo pinceles,
me mostró unos muy caros y me dijo que esos pinceles pintaban muy bien, y me
dejó pensando.
Lógicamente con el uso se van gastando, pero
también es como si se fueran acomodando a uno, o se gastan con uno, es como si
te acompañaran, el pincel no es como el lápiz que se va haciendo cada vez más
chiquito hasta que lo tirás, no, gastados y todo siguen adelante, incluso en
muchos casos con mayor espíritu; hay que verlos, algunos vendados con cinta, o
con el mango medio roto o fracturado, otros con grampas y hasta con clavos para
que no se desarmen y sigan dando batalla; se llenan de cicatrices y ahí sí, es
cuando mejor pintan, un pincel no se entrega fácilmente, les aseguro.
A veces me sucede que por torpeza o
distracción, se me cae un pincel de la mano, es un instante en el que por lo
general me quedo tieso, mirando al pincel ahí en el piso, como si fuera una
pequeña muestra de algo que algún día indefectiblemente va a pasar, una suerte
de adelanto del fin. Pero me levanto, siempre me levanto.
F. O’C
Septiembre de 2020